Generalmente en muchas expresiones que usamos en la vida diaria, se utiliza el concepto de “buena fe”, sin embargo, si preguntáramos a aquellas personas que utilizan esa expresión, muy pocas, por no decir ninguna, podrían darnos una definición razonable de lo que entienden por “buena fe”.
Por “buena fe”, debemos entender todo aquello que hacemos u omitimos creyendo tener derecho a hacerlo u omitirlo.
Esa creencia debe partir de un conocimiento cierto y objetivo en la actuación de las personas para que válidamente puedan hacer u omitir algo y consecuentemente, se entienda que en el acto u omisión relativa existe o existió la “buena fe”.
De no reunirse los requisitos anteriores, en el acto u omisión no habrá buena fe.
Por otra parte, la buena fe, según establece un principio general de derecho, siempre se presume, salvo prueba en contrario.
Luego, si queremos combatir un acto u omisión, que calificamos como un acto de mala fe, entonces debemos exhibir ante el juez las evidencias relativas, conforme al principio antes indicado, el cual establece que la mala fe, siempre debe demostrarse.
De no demostrar ante el juez correspondiente la mala fe, entonces la presunción de buena fe del acto u omisión se puede considerar como evidencia plena.